Susana se despide de Cuba tras una historia de amor de 11 años

Huella eterna e imborrable en el corazón de los habaneros

Actualidad de la Congregación

Fotografía de la hermana Susana, tan feliz y sonriente como siempre

La llegada de las Esclavas de Cristo Rey a la Isla de Cuba supuso para los cubanos un antes y un después. Las ECR no solo fundaron acá, sino que permanecieron en medio de las dificultades para seguir acompañando a toda una comunidad.

Entre tantas idas y venidas de hermanas que entregaron y entregan su vida a este país, y van marcando la historia de la Congregación en Cuba, nuestra querida Susana conoció generaciones de familias durante los 11 años de su estancia en este lugar. No había una sola persona de la comunidad que no la conociera. Desde el principio, y durante este tiempo, ella se hizo presente en todas las aristas de la misión. La veías en la Casa de Ejercicios Espirituales, en las propuestas del Centro Loyola, en el Hogar San José, visitando a cuantos necesitaran lo más mínimo; incluso después de eso, en medio de cualquier faena que estuviese realizando, si te encontrabas con ella, se tomaba cinco minutos mínimo para preguntarte cómo estabas, con la confianza de quien sabe lo que vas viviendo, de quien quiere y acompaña.

No en vano le decían que era una cubana más: se involucró tanto en la forma de vivir de los habaneros que la única diferencia era su acento santandereano. Tenía amistades en todas partes y, gracias a lo mucho que la querían y cuánto bien hacía para tantas personas, abrió muchas puertas en medio de un país complicado para atender con los mejores alimentos a los grupos que venían a la casa de  Ejercicios Espirituales; también para sostener el desayuno de los abuelos del hogar y llegar a ayudar a donde nadie lo hacía . Además, codo a codo con los catequistas de la comunidad, se volcaba para que muchas familias recibieran los diferentes sacramentos: la primera comunión, el matrimonio etc..siendo siempre instrumento de Dios.   

En los corazones de muchos cubanos queda marcada una sonrisa, la sonrisa de Susanita, como cariñosamente la llamamos. Hermana que entregó más de una década de su vida a toda esta gente, consumiéndose y agotándose física e intelectualmente, como diría nuestro Don Pedro Legaria, para la salvación de las almas. Una mujer que, desde ese profundo amor por Jesús y la invitación de seguirle, es capaz de abrir su corazón para amar y dejarse amar por todos los que a ella se quieran acercar. Hoy recuerdo, junto a esa alegría tan particular que la caracteriza, la letra de una canción que en los momentos compartidos en Cuba hizo vida: “En un alma peregrina no existe ciudadanía. La bandera es un dilema, la patria y la geografía, pero donde quiera que me encuentre yo siento que es tierra mía”

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